Examen de mi padre by Jorge Volpi

Examen de mi padre by Jorge Volpi

autor:Jorge Volpi [Volpi, Jorge]
La lengua: spa
Format: epub
editor: Alfaguara
publicado: 2016-08-25T22:00:00+00:00


Vio cómo sus hijos se volvían mayores y se alejaban poco a poco de su lado. Vio los fraudes electorales cometidos una y otra vez por el PRI contra sus opositores, de maneras obvias en Chihuahua en 1986 y en la elección federal de 1988. Vio cómo el país se rendía a Salinas de Gortari y cómo éste se hundía tras el alzamiento zapatista y el asesinato de Colosio en 1994. Vio nacer a su nieta. Vio la victoria de Fox y el PAN, su partido, en el 2000, solo para desencantarse muy pronto. Vio morir uno a uno a sus hermanos y a sus amigos. Vio cómo me convertí en escritor y al cabo aplaudió mi elección. Vio el fraude y la crisis electoral de 2006, con el Paseo de la Reforma paralizado por la acampada de López Obrador, y se sintió abatido como tantos. En medio de su dolor y su reclusión, vio la guerra contra el narco y sus miles de muertos. Pero sobre todo, a lo largo de más de medio siglo, vio a miles de personas, a miles de pacientes, sufriendo y recuperándose, sufriendo y acaso muriendo entre sus manos. Y luego, al final de su vida, solo se vio a sí mismo, o más bien vio su propio dolor durante horas tan interminables como idénticas. ¿Y yo? ¿Yo qué he visto? Tal vez más ciudades y países remotos, más exposiciones y películas, más series de televisión, pero ni de cerca he sido testigo de las infinitas variedades de dolor que él contempló de cerca, día tras día, por tantos años. No hay lugares más tristes que los hospitales: ni siquiera los velatorios o los cementerios se les compararan, pues en el fondo quienes acuden a ellos cierran una etapa y se prepararan para la vida posterior a la muerte, tristes aunque resignados. En las clínicas y hospitales, en cambio, uno comparte el dolor, la angustia y la desesperación de decenas de seres humanos apiñados en esos leprosarios modernos que son las salas de urgencia, glaucos galerones donde pacientes y familiares se apiñan unos sobre otros, donde apenas hay rincones vacíos y no queda sino resignarse a que enfermeras, médicos y paramédicos, que nunca se dan abasto, encuentren el tiempo de atenderlos. Ver tanto dolor, tanto dolor todos los días, ha de provocar una mezcla de compasión e indiferencia a la que incluso los mejores médicos no pueden sustraerse. Por eso ha de ser cierto el adagio que afirma que cada vez que un médico cura o salva a un paciente, un solo paciente en medio de esa marabunta de enfermos y de heridos, cura o salva a la humanidad.



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